jueves, 4 de noviembre de 2010

«LOS ADIOSES» de Juan Carlos Onetti



En el camino de Onetti, se construye el texto en base a un enigma que no se descifra. Mientras en las novelas, todo va ocurriendo, en la nouvelle se sabe que «algo» ocurrió. Alrededor de ese algo, el escritor elabora una trama que une a los personajes, sin que se sepa qué es eso que está en el cruce de coordenadas, y que enlaza a los seres en torno a su misterio.
«Los Adioses», es una bella y breve obra, cuya elucidación es en apariencia imposible. Un verdadero desafío para el «lector iniciado». No obstante, cada vuelta de tuerca puede terminar girando loca.
Un hombre y dos mujeres, aparecen juntos sin que se nos diga por qué. La punta del iceberg nos hace entrever una historia. Luego, al descubrirse que la joven, que era aparentemente la amante joven del hombre, es su hija, esa historia se convierte en otra.
Hay un manejo de planos en los cuales la historia va funcionando en forma alternada.
El modelo puede asociarse con el que vemos en Casa tomada de Julio Cortázar. Quien narra, tiene una visión parcial de lo que ocurre. Este modelo de ruptura, de crisis con los modelos clásicos de narración, nos descubre al narrador que no sabe, y, por lo tanto, debe tomar distancia para narrar. Cuando el lector se encuentra con un enigma no descifrado, se pregunta: ¿Para qué se puso? Llegamos al límite del lenguaje, al «corazón de las tinieblas» como dice Ricardo Piglia. Lo imposible, no se puede narrar.
El almacenero de «Los adioses», narra una historia cuyos límites desconoce, y lo hace apasionadamente. Toda esa pasión nace de su propio desconocimiento de los hechos, donde percibe un núcleo perverso. El terrible mundo cerrado de las vidas privadas, es el núcleo de los textos de Onetti. Ese mundo cerrado de esas vidas ajenas, es lo que apasiona al almacenero, que hace de esa historia, «su» historia. Quienes realmente saben, son los personajes, quienes van pasando frente al narrador, sin que él pueda adivinar qué hacen y por qué hacen lo que él ve que hacen.
El modo moderno de contar una historia pareciera que es desarticularla. La búsqueda de la tensión va desdoblando el texto de modo que lo que era una historia se va convirtiendo en dos.
El manejo que hizo Onetti de sus recursos, (el narrador se queda con dos cartas que recién se abrirán al final, cuando el escritor lo necesite), el conocimiento parcial que brinda de los hechos, deja en las sombras aquello que nunca se sabrá.
Alguna vez dijo el autor que las cosas están dichas, que sólo se trata de dar «otra vuelta de tuerca» pero que no le corresponde a él hacerlo. Como dije más arriba, todo un desafío para el «lector sabio». Y toda una escuela para los nuevos escritores de nouvelle.

RICARDO PIGLIA «Respiración artificial»

El movimiento circular de esta novela, su salida y regreso constantes hacia un eje no del todo visible al comienzo; la generosa administración de los espacios -excesivamente generosa por momentos- ; un manejo de tiempos en forma de mosaico o flash back; la búsqueda del sistema en el mismo sistema de palabras; un mecanismo de control que se retroalimenta en el análisis de un pasado histórico proyectado a un presente histórico; la investigación que va poniendo el eje en primer plano, todo ello bordado con la riqueza expresiva de Piglia y el hábil manejo de costumbrismos, van metiendo al lector dentro de una historia que, quitándole el relleno, se podía haber escrito en la mitad de las páginas. No obstante, ese relleno constituye de por sí, el factor «clima», ese elemento sin el cual la novela «no es».
Muchos escritores han podido resistir la tentación de encarar la novela epistolar. Piglia, aún conociendo los peligros que entraña dicha empresa, encuentra el modo de que las cartas se transformen en el motivo de la investigación de una supuesta vida secreta de Marcelo Maggi, quien finalmente puede deducirse que ha sido uno más en la lista de «desaparecidos». ¿Qué hacía Marcelo Maggi? ¿Quién era? Su relación con don Luciano Ossorio y el casamiento con su hija; su interés en viejos documentos familiares que hablan de Enrique Ossorio (abuelo de don Luciano, que había sido a la vez secretario de Juan Manuel de Rosas, y espía al servicio de Lavalle), hacen del personaje Pigliano, un interrogante que el lector no se cansará de tratar de develar.
En el misterio del intercambio escritor/lector, existió ese momento mágico en que el autor «sintió y escribió», que se repite luego en ese otro momento en que el lector abre el libro, lee y «siente». De eso se trata.
Ricardo Piglia respira en Emilio, su «alter ego» que nos recuerda al pálido y apasionado maestro que nos seduce con su palabra en los seminarios que dicta en la Facultad de Letras (...soy mas bien bajo, pelo crespo, uso anteojos...»). Ramalazos de historia -algunos acaso inciertos- lo hacen en las páginas de «Respiración Artificial».
Grato de leer, no puede abandonarse hasta terminarlo. Un gusto.

domingo, 10 de octubre de 2010


EL ETERNO RETORNO DE
JORGE LUIS BORGES
En el ojo de
«El Aleph»


Las coincidencias acerca del posible homenaje de Borges a Dante Alighieri y la Divina Comedia, cierran especialmente en la descripción de la visión producida por medio del aleph, visión que abarca el mundo entero, tal como ocurre con la obra de Dante. Estos datos serían suficientes si no estuvieran reforzados por la confesión del propio Borges sobre su inclinación a inventar historias acerca de libros de otros autores. Su obra no desmiente esa confesión.
En El Aleph el escritor utiliza sus siempre ajustados recursos, cuyo rigor no impide que se despliegue el lenguaje en vertientes irónicas, humorísticas o poéticas. Su implacable crítica al estilo rebuscado y pomposo de Daneri. elaborada con agudeza, permite reflexionar sobre ciertas costumbres literarias de la época (1929/30) cuyos vicios nunca contaminaron la obra de Borges. Abruma la maestría y el dominio del escritor en el conocimiento y control de esos vicios.
Pero donde tal vez nos apasionemos más, es en el intento de despiezar el método utilizado por Borges para elaborar sus cuentos: Nos narra una historia de amor tan grande como imposible y humillado. Beatriz, muerta en una « candente mañana de febrero» está en el centro de esa historia. Casi enseguida ese centro es ocupado por Carlos Argentino Daneri, quien comienza a inquietar al lector, primero con su palabrerío, y luego con la revelación de la existencia del Aleph. A partir de esa revelación, es el Aleph quien pasa a ocupar el centro del cuento. Una historia que sirve para mostrarnos otra, y llevarnos a una tercera, la principal y definitiva.

En la magnífica concepción borgeana, todas esas historias son una sola, como es sólo uno el Libro escrito por la humanidad entera: un libro que aún se está escribiendo; como es uno sólo el Hombre en el cosmos.
Por último, somos el Aleph, la primera letra del alfabeto hebreo: el hombre que apunta con un brazo hacia arriba y el otro hacia abajo, indicando que aquello que está allá en lo alto es igual a lo que yace a nuestros pies. Somos el Aleph. Lo somos en el inexorable paso del Tiempo, que nos duplica en testigos y protagonistas del proceso que sigue todo aquello que integramos, que nos involucra y nos constituye, y que padece, como la incalculable piedra, la erosión que engendra el interminable correr del río de Heráclito.
La narrativa borgeana estuvo siempre rodeada de expertos que la analizaron y aún lo siguen haciendo.
No podemos dejar de recordar el comienzo del Poema de los Dones:
Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.

Quienes leemos sus cuentos, seguimos deslumbrándonos y disfrutando, sin saber cómo pudo lograr esos textos desde la enorme noche que le fue destinada.